Vidas paralelas
Sara abrió la puerta del ascensor con un puntapié, seguido de un empujón con el hombro izquierdo. Salió al rellano de la cuarta planta, cargada con las bolsas de la compra que le ocupaban las dos manos. Era jueves y faltaban un par de minutos para las cinco de la tarde. Cuando salió de trabajar pasadas las tres, aprovechó para acercarse un momento al súper y comprar lo que necesitaban en casa para terminar la semana. Llevaba en pie desde las seis de la mañana y aún no había tenido tiempo de comer. De lunes a viernes, era casi lo normal. Dejó las bolsas sobre el felpudo, apoyadas entre las piernas y sacó las llaves del piso del bolsillo izquierdo de su vaquero. Dos vueltas de llave al cerrojo FAC y otras tres a la cerradura de seguridad de la puerta para entrar un día más en casa. Seguro que alguna sorpresa le esperaba. La cocina estaba a la derecha, a escasos dos metros de la entrada. Se dirigió directa a ella con las bolsas para dejarlas amontonadas sobre la encimera. Agotad