Vidas paralelas

Sara abrió la puerta del ascensor con un puntapié, seguido de un empujón con el hombro izquierdo. Salió al rellano de la cuarta planta, cargada con las bolsas de la compra que le ocupaban las dos manos.

Era jueves y faltaban un par de minutos para las cinco de la tarde. Cuando salió de trabajar pasadas las tres, aprovechó para acercarse un momento al súper y comprar lo que necesitaban en casa para terminar la semana.

Llevaba en pie desde las seis de la mañana y aún no había tenido tiempo de comer. De lunes a viernes, era casi lo normal.

Dejó las bolsas sobre el felpudo, apoyadas entre las piernas y sacó las llaves del piso del bolsillo izquierdo de su vaquero.

Dos vueltas de llave al cerrojo FAC y otras tres a la cerradura de seguridad de la puerta para entrar un día más en casa. Seguro que alguna sorpresa le esperaba.

La cocina estaba a la derecha, a escasos dos metros de la entrada. Se dirigió directa a ella con las bolsas para dejarlas amontonadas sobre la encimera. Agotada, pensó que ya colocaría todo después.

La freidora aún estaba caliente. Se giró hacia el fregadero. Los platos de la cena de la noche anterior aún estaban allí junto con las tazas del desayuno y un par de platos más. Agotada, volvió a pensar que ya se encargaría de eso después.

Iván, su marido, debió comer algo rápido y no haría demasiado tiempo que se había ido a trabajar. Trabajaba desde hacía más de 20 años como administrativo en una empresa de logística del polígono. Se había ganado más que de sobra cierta reputación de empleado cumplidor entre sus jefes, que pretendían premiarle con cierta flexibilidad en el horario, que él apenas usaba y que casi ni quería.

Sara e Iván hacía quince años que se habían casado, tras un par de años de apasionado noviazgo. Desde hacía cinco, llevaban vidas demasiado paralelas. Cuando uno llegaba a casa, el otro ya se había ido. Cuando uno llegaba a casa, el otro se había ido a dormir. Cuando uno necesitaba algo del otro, el otro tenía algo más importante que hacer.

Todo era rutina y ninguno se había dado cuenta de en qué momento la vida en común hizo ‘click’. Los días pasaban de manera mecánica.

Para Sara el día era madrugón, maquillaje, trabajo, compra, no comer, limpieza, ducha y cena. Para Iván, dormir hasta las 11, tele, ducha, comer, trabajo, cena y ver la tele hasta la madrugada.

Aunque en alguna ocasión se lo habían planteado seriamente, no tenían hijos y ambos también de manera mecánica habían aprendido a desechar la idea.

El reloj de la cocina marcó las seis y Sara apuró de un sorbo el café con leche que sería su sustento hasta la hora de cenar. Dedicó un par de horas de la tarde a recoger la casa. Empezó por la compra y la cocina, siguió por el salón, el baño y terminó haciendo la cama.

Cuando terminó de hacer la cama, cerró la puerta del dormitorio y empezó a abrir y cerrar los cajones de las mesillas y la cómoda de manera compulsiva. Lo mismo les pasaba a las puertas del armario de tres cuerpos que parecía querer echar a volar.

El silencio se hizo de pronto en la habitación. Sara  abrió la puerta y salió hacia el salón haciendo rodar una trolley de cuatro ruedas por el pasillo. Soltó la maleta y abrió una cajita de madera que tenían justo al lado de la tele. Sacó un paquete de post-it de colores y un boli BIC azul.

Iván:
Hoy no te encontrarás la cena hecha, pero hay comida para toda la semana en la nevera.
Me voy para no volver. No soy feliz, no te quiero y sé que tú a mí tampoco. Es lo mejor.
Mucha suerte, Sara’, - escribió.

Despegó el post-it y dejó el resto del paquete junto con el boli sobre la mesa del salón.
Recogió de nuevo la trolley y se encaminó hacia la puerta de la entrada. En el recibidor dejó el post-it, su copia de las llaves y una lágrima que le había resbalado por la mejilla.

Cerró la puerta a su espalda de una manera muy suave. Mientras esperaba el ascensor una mezcla de tristeza y libertad se mezcló en su estómago y empezó a repartirse por su cuerpo a partes igual.

De lo único que le tocaría encargarse a partir de ahora, era de buscar un sitio en el que ser feliz.

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