Se acabó

Laura se despertó sobresaltada y se giró en la cama buscando el reloj digital que tenía sobre la mesilla de noche.

Era el mismo reloj de números verde flúor que tenía desde que estudiaba primero de Empresariales en la Universidad.

Se lo habían regalado en la sucursal de Argentaria de su pueblo, domiciliando la beca que le había concedido el Ministerio de Educación por el nivel de rentas de sus padres.

Nunca había sido una estudiante demasiado brillante, pero lo cierto es que tampoco se esforzaba en serlo. Un par de repasos la tarde anterior a un examen entre musaraña y musaraña, un leve madrugón el mismo día; que en su mayor parte dedicaba a cambiar de postura en la cama y a dar cabezazos de puro sueño sobre la almohada doblada bajo el cuello con la luz de la mesita de noche encendida y listo.

Todo ello, complementado con un vistazo nervioso a los apuntes cinco minutos antes de empezar el examen, siempre le funcionaban bien para raspar un cinco o un seis. A veces, con suerte y con unas pocas de ganas ‘extra’, rayaba el ocho.

Su cuarto estaba a oscuras y apenas unos hilillos de luz vidriosa se filtraban por la parte superior de la ventana.

¡Joder, me he dormido otra vez! – gritó.

Faltaban dos minutos para las ocho de la mañana y la máquina de fichar de la oficina la esperaba a 45 minutos de atasco.

De un salto, se levantó de la cama, buscando a tientas la puerta del dormitorio. Tropezó con uno de los zapatos que había dejado sembrados por la habitación la noche anterior, como si de un campo de minas antipersona se tratara. Soltó un breve grito y abrió la puerta.

El resto del apartamento estaba en penumbra y tanteó las paredes del pasillo con las manos hasta llegar a la cocina.

Le temblaba el pulso, pero al tercer intento consiguió encender la cafetera eléctrica que tantas y tantas noches había recalentado el café una y otra vez. En algún momento de su vida útil, el plástico debió ser blanco y la jarra debió ser de cristal brillante.

Noches de recalentamiento y maratonianas sesiones de lavavajillas, la había dejado con un aspecto que recordaba más a los montones de arena de los bloques de pisos en construcción de la periferia, que al cristal del que estaba hecha.

Volvió tras sus pasos, encaró de nuevo el pasillo, que parecía moverse como el antiguo barco fantasma de El Parque de Atracciones. Siguió con paso urgente hasta rozar la puerta del baño con la punta de los dedos y encendió la luz.

En el espejo, el reflejo de una cara desencajada, unos ojos vidriosos y unos labios cortados. Cubismo puro.

‘Esta no soy yo’, pensó.

'Esto se acabó. Tengo que terminar. No sé cómo lo haré, pero mañana no volveré a beber', se prometió.



Comentarios

  1. Te tienes que apuntar al taller. En cuanto pasen los exámenes. Recuerda al de JM Caballero Bonald. Jijiji

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