Mechas balayage

De espaldas, sentada en el borde de la piscina, movía los pies dentro del agua haciendo círculos con los dos a la vez y respiraba de manera pausada.

Con la cabeza agachada, observaba el fino brillo dorado que el sol de las ocho de la tarde daba a las ondas.

Su melena, de mechas balayage color azul, le caía la hasta mitad de la espalda.

Estrenaba, por fin, bikini después de muchos años.

Rafael se acercó por detrás y apoyó las manos sobre sus hombros.

‘Estoy muy orgulloso de ti’ – le susurró al oído.

Fátima se giró y le obsequió con una sonrisa discreta. Ella sí que se sentía orgullosa de tener a un hombre como él como compañero.

Tocaba disfrutar el momento y añoraba los que se habían perdido. Necesitaba devolverle parte de lo que él había sacrificado por ella y lo haría.

‘Ojalá todo hubiese sido diferente’, -pensó.

Hoy era el día. Era su día. Estaba decidida y todo saldría bien. Nada lo iba a estropear.

Tras meses de terapia estaba preparada y se sentía como nunca. Las estrías en su vientre y en sus riñones sólo eran marcas de algo que ya pasó.

Entre risas infantiles, la pelota de playa de Iván, su sobrino, golpeó el agua junto a ella.

La inocente picardía del pequeñajo, le devolvió a la consciencia de lo que había conseguido por hoy: sentada en el borde de la piscina, con su bikini nuevo y con aire suficiente para respirar.

Estaba rodeada de gente que se preocupaba de sus cosas.

No era un bicho raro, nadie la miraba con desprecio. Su cabeza ya no la engañaría más. La Fátima que sus ojos miraban frente al espejo, era la misma Fátima que los demás veían.

‘¡Ven aquí, sinvergüenza!, como te coja, verás’ – le gritó al pequeño entre risas mientras con el impulso de las dos manos, se lanzó a por la pelota.



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