Veinte euros



La onda expansiva de la hostia rebotó contra las cuatro paredes del salón.

La onda expansiva, llenó de metralla el alma e hizo añicos su corazón.

Arrastrando la poca dignidad que aún le quedaba bajo los pies, Rebeca, sin abrir la boca, se levantó de la silla.

Con pulso tembloroso y la mejilla palpitando de rabia y quemazón, se encerró en el dormitorio y giró el pestillo por dentro.

- No me lo merezco. ¿Qué he hecho mal?, ¿qué cojones se supone que he hecho esta vez?, - se preguntaba sin parar.

Llovían lágrimas sobre el colchón mientras se apresuró a llenar una bolsa de deporte con lo que tenía más a mano.

Llovían lágrimas sobre el colchón mientras se bombardeaba con muchos por qués y ninguna respuesta.

Con el impulso que le sobró a su mano derecha para cerrar la cremallera de la bolsa, abrió el pestillo de la puerta.

Su dignidad había subido unos centímetros y le quedaba justo debajo de las rodillas.

Con un paso que casi rozaba la decencia, se acercó hasta la entrada.

Metió veinte euros en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero, abrió la puerta del piso y la cerró de un portazo a su espalda.

Basta. No más. Nunca más.

El frío de la noche en noviembre hizo que su mejilla doliera algo menos. Tocaba recuperar lo demás.

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