5 de noviembre de 2017: dos años ya


- “Papá, me recoges mañana en nuestra casa de Ocaña y me llevas al Foster’s Hollywood de Aranjuez a comer, pero al Foster’s Hollywood, ¿eh?”.

- “Vale, genial. Sobre la una y media te recojo. Hasta mañana”.

Sonaba un tanto autoritario viniendo de un hijo hacia un padre; pero me valía, cualquier cosa me valía. No era momento para exquisiteces.

Al fin y al cabo, después de más de dos meses haciendo lo posible y lo imposible, ni siquiera me lo podía creer.

Llegó el 5 de noviembre de 2017: una ilusión.

Con puntualidad británica; bueno, adelantándome un par de minutos a la hora fijada, en verdad, fui a recogerlo. Los nervios tampoco me dejaron aguantar esos dos minutos extra.

Abrió la puerta de casa con, lo que me pareció, mucha seguridad y una media sonrisa en la cara. Los dos nos montamos en el coche.

De camino al restaurante, me dijo:

- “Parece que ya me va a tocar estar más tiempo contigo” – me dijo.

El alma se me encogió. A lo mejor era cierto y los meses de sufrimiento habían merecido la pena y todo iba a cambiar. A lo mejor, la coherencia y la cordura empezaban a reinar.

Sólo me hacía falta una oportunidad para demostrar que todo iba bien y que todo iría bien. Sólo una oportunidad y quién debía saberlo, lo sabía.

Los meses que vinieron después, me demostraron que había una razón para generar esa esperanza.

Apenas un par de días antes de ese 5 de noviembre, la mamá había presentado una demanda. El mantra que él repetía, y, por el que por su boca, hablaba ella: ‘no hay nada firmado’, cambiaba. Ya sí había algo firmado, aunque no por mí.

Siempre me he resistido y siempre me resistiré a mezclar los temas. Lo cortés no quita lo valiente, al César lo que es del César, que me enemiste con alguien no quiere decir que me deje de importar.

Por desgracia, hay quien pone por delante los papeles y los euros a los sentimientos. Para eso, Karma y tiempo es la receta.

En el restaurante, nos sentaron en una mesa centrada del local. Había sido Halloween y aún mantenían la decoración.

Para él y para mí, el combo de aperitivos del Foster's no podía faltar, así que lo pedimos y para completar, nos pedimos cada uno un principal.

En nuestras conversaciones, no puedo negar que hubo algún reproche, pero eran muy tibios. Lo normal de un hijo molesto, que hay cosas que no entiende.

En general, todo fue bien.

Había un compromiso por mi parte de meses atrás que no iba a romper y que aún no he roto: ‘No te voy a mentir. Si hay algo que considere que no te puedo contar, te lo diré, pero no me voy a inventar nada’.

Creo que lo que más le preocupaba era que yo le contase cosas que NO le podía contar a un niño de 12 años. Lo sigo teniendo igual de claro. Es cuestión de responsabilidad.

Lo cierto es que él quería confirmar los mantras con que estaba siendo aleccionado y los mails y WhatsApps que había leído. Lo último, lo digo con conocimiento de causa porque oí de sus labios frases que había leído en los correos electrónicos que su mamá me escribía, con bastante tono de desprecio, por cierto.

Llegado el punto en el que dimos buena cuenta del plato principal, y con la barriga casi llena, compartimos el postre: la mega-galleta de chocolate, de la que no recuerdo el nombre. Creo que ni siquiera está en la carta ya.

Terminamos de comer y como nos sobraba algo de tiempo, nos dimos un paseo hacia la Iglesia de Alpajés, en Aranjuez.

Quería cazar Pokemons, así que a eso que nos fuimos.

Por aquel entonces yo era lego en asuntos de Pokemon Go, y, a decir verdad lo sigo siendo ahora. Él se encargó de darme un barniz de Pokemons de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Se nota mucho cuando algo le apasiona y el brillo de sus ojos, me demostraba que éste era el caso.

Eran casi las cinco y media, así que tocaba marcharse. A eso de las seis, había quedado con su amigo R___ y tenía que llevarlo a su casa.

En el camino de vuelta, además de hacer balance de la comida, me confesó que la semana anterior, el coche que conduce su mamá se había averiado una noche y él y su madre se habían quedado tirados en la carretera.

Con esa confesión vino el ‘no le digas a mamá que te lo he dicho’, que tanto me sonó a los:
 - ‘no le digas a mamá que he venido a verte’ de un viernes de primeros de octubre.
 - 'no voy a poder cargar el móvil todos los días porque no tendremos dinero para pagar la luz'.
 - '¿sabes que mamá te tiene bloqueado en WhatsApp?'
 - ¿sabes que mamá no te quiere ver por la calle?'
 - Y, por supuesto, el hit: 'no voy a verte más hasta que no me pagues la pensión'. 

Para tranquilizarlo, le dije que no se preocupase, que yo no diría nada. A modo de ejemplo, le conté que un tiempo atrás había estado en el taller y había visto una llanta rota del coche de la que su mamá no me había dicho nada sobre la reparación y que me había callado.

Para mi sorpresa, él no sabía nada de ese incidente. Comenzó a teorizar sobre el motivo de la rotura, hasta que llegó al argumento de: ‘a lo mejor le pasó a mamá algún día al ir a trab…’ y se calló en seco.

Él tenía órdenes de ocultar. Tenía instrucciones de mentir. Le habían impuesto obligaciones que no debían ir con él, acompañadas de su dosis de miedo. 

Yo no debía saber que su mamá estaba trabajando porque todo el papeleo y el victimismo psicopático estaban basados en ocultar cualquier realidad.

Ahí cambió todo. Él al llegar a casa, seguro que confesó el desliz y lo que se iba a convertir en un intento positivo de acercamiento, se convirtió en todo lo contrario: engaño, ocultación, fraude, mentira y más miedo. Y él, como arma y colaborador necesario.

Eso, y, no ser capaz de hablar ni explicar absolutamente nada. No ser capaz tan siquiera de disculparme si fuese necesario y de tener opinión y compartirla.

De aquellos barros, estos lodos.

Aquí estoy, cuando sólo necesito una oportunidad para demostrar que las cosas pueden ir bien, que soy una persona muy capaz y muy cabal, 730 días después de ese 5 de noviembre, dos años después de ese 5 de noviembre, esperando una oportunidad que de momento sé que no va a llegar.

Convencido cada vez más de que, algún día, este maltrato disfrazado de amor, saldrá y que yo debo estar fuerte para recogerlo.

En Pokemons sigo siendo lego, pero en receptor de desprecio y menosprecio, soy Master Cum Laude con veinte años de experiencia.

Mucho de lo conseguido en estos últimos meses se lo debo a él, a la fuerza que me da cada día para seguir adelante, para demostrar que puedo hacer muchas cosas, que sin losas soy fuerte y responsable, pero, él no lo sabe aún.

Si me quisiera escuchar. Si yo se lo pudiera contar…

Cuenten lo que cuenten, digan lo que digan, tan solo tomé una decisión. Los motivos eran claros y se explicaron a quién debía escucharlos. Mis intenciones eran honestas y se explicaron también.

Te quiero, mi rey.

Stop SAP.

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